Sin lugar a dudas vivimos en los tiempos peligrosos de que nos habla la Biblia (2 Timoteo 3: 1). Los peligros abundan en todas las formas y tamaños. Algunos aparecen para amenazar literalmente nuestra vida misma. Sin embargo no importa cuán insegura o caótica pueda ser nuestra época, Dios siempre vendrá a nuestro auxilio como poderoso libertador. Él no nos abandona en medio de nuestras tribulaciones, fielmente permanece a nuestro lado.
El apóstol Pablo escribió a Timoteo: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león.” (2 Timoteo 4: 17) Cuando las cosas se pusieron difíciles, el Señor estuvo con Pablo dándole fuerzas para cumplir su ministerio. Esa preciosa compañía fue suficiente para el apóstol: “Así fui librado de la boca del león”
En ocasiones Dios nos permite estar entre leones que amenazan nuestra vida, pero ellos no podrán tocarnos, tal como sucedió con el profeta Daniel (Daniel 6: 16- 13).
Si Dios está de nuestra parte no tenemos por qué temer al rugido del león, en lugar de dejarnos vencer por el pánico, podemos orar como David: “Sálvame de la boca del león…” (Salmo 22: 21a). “Señor, ¿hasta cuándo verás esto? Rescata mi alma de sus destrucciones, mi vida de los leones.” (Salmo 35: 17)
No hay enemigo lo suficientemente poderoso que pueda rivalizar con Dios, ni siquiera el mismo Satanás que: “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5: 7)
Solo podemos estar seguros cuando el Dios soberano es el sólido fundamento en quien descansamos. Ni la mayor e inmensa amenaza que los cristianos podamos enfrentar nos podrá dañar, ni siquiera el diablo tiene poder final sobre aquellos que pertenecemos a Cristo.