Los cristianos tenemos una supervictoria cuando nos enfrentamos a las pruebas de este mundo: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (Romanos 8: 37). Ese triunfo supremo lo alcanzamos por medio de Jesucristo. Debido a que nuestro Señor nos salva y también nos guarda, podemos hacer mucho más que simplemente aguantar y sobrevivir a las circunstancias adversas: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (v.35)

Nuestra carne se siente atendida cuando está cómoda, y se siente abandonada en la adversidad. Cuando sufrimos las aflicciones de la presión, el prejuicio, la persecución o la pobreza, naturalmente empezamos a preguntarnos si el Señor todavía se ocupa de nosotros. Es entonces cuando debemos recordar que somos más que vencedores, porque al pasar por las pruebas, somos transformados, nuestra vida de fe se fortalece. Aun cuando el sufrimiento pueda ser el resultado de nuestro pecado o infidelidad, reconociendo nuestra desobediencia, nuestra debilidad, su gracia y su poder insuperable, podemos vencer porque Cristo venció.

George Matheson nació en Glasgow, Escocia, en 1842. Cuando era niño tuvo solamente visión parcial, y su visión fue empeorando cada vez más hasta quedar completamente ciego a la edad de dieciocho años. A pesar de su limitación, fue un brillante estudiante y se graduó de la Universidad de Glasgow y después fue al seminario. Se convirtió en pastor de varias iglesias de Escocia, donde fue estimado y respetado en gran manera. Tras haber estado comprometido durante poco tiempo para casarse con una joven, ella rompió el compromiso al decidir que no podía sentirse satisfecha estando casada con un hombre ciego. Esta dolorosa desilusión llevó a Matheson a escribir el hermoso himno titulado: “Oh, amor que no me dejaras”. Es un himno de fe en la seguridad del inalterable amor divino. El Señor es el único que pudo transformar este sufrimiento en victoria. Lo mismo puede hacer con tu dolor y con el mío.

Somos más que vencedores porque “podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.” (Hebreos 13: 6).

Somos más que vencedores porque podemos decir con David: “En el día que temo, yo en ti confío.” (Salmo 56; 3) y “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado.” (Salmo 4: 8)

Somos más que vencedores porque podemos decir con Moisés:” El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos” (Deuteronomio 33: 27)

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