Sabemos que orar es hablar con Dios, sin olvidar quien es El y quienes somos nosotros,  podemos deleitarnos de su gracia al permitirnos el acceso a su presencia.

Nuestra oración debe ser una conversación espontánea con nuestro amado Padre, en la cual nos abrimos con absoluta sinceridad ante El. Dios ha prometido contestar nuestras oraciones y el espera que le pidamos con la sencilla fe de un niño. El autor de la carta a los hebreos nos hace la siguiente invitación: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:16) Podemos ir a nuestro Dios con confianza total. Por el sacrificio de Cristo, el trono de juicio divino es ahora el trono de la gracia para los que confiamos en El. Recordemos que Quien nos entiende perfectamente también proveerá perfectamente por su gracia y misericordia.

Santiago nos dice: “La oración eficaz del justo puede mucho.”  (Santiago 5:16) Dios nos mira como justos en Cristo dispuesto a contestar nuestro clamor sin importar el tiempo y las situaciones en que nos encontremos.

Pablo escribió a los Filipenses: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”  (Filipenses 4:6). Hay ciertas circunstancias que pueden aplastarnos fácilmente, ellas surgen ya sea en el trabajo o en casa y se presentan de manera inesperada. De inmediato nos enfrentamos a dos opciones: podemos entregarle a Dios nuestro problema o intentan luchar solos con lo que nos ocurre. En lugar de preocuparnos debemos es orar, esa siempre es la mejor decisión.

Nuestras oraciones necesitan ser más fervientes. Nos hace falta ser más abiertos. Debemos pedirle a Dios de corazón. El se complace cuando le pedimos honestamente y sin dudar.

 

 

 

 

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