Sucede muchas veces que nos encontramos ante grandes necesidades que se transforman en desafiantes retos a nuestra fe. Es sabio reconocer la magnitud de un problema, recordando que el poder del Señor siempre es mayor, sin que importe la dificultad que enfrentemos.

Cuando Jesús estaba a punto de dejar a sus discípulos, les dejo esta maravillosa promesa: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.” (Juan 14: 13- 14) Estas palabras que infunden tanta paz son también para nosotros. Jesús promete que aun después de su partida física el continuaría supliendo las necesidades de su pueblo.

El maravilloso puente entre nuestras necesidades y los recursos abundantes, ilimitados e inagotables de Dios es la oración. El apóstol Pablo escribió: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” (Filipenses 4: 19) Creyendo a la Palabra Divina podemos orar con fe en el nombre de Jesús.

Orar en el nombre de Jesús no es agregar mecánicamente las palabras ”en el nombre de Jesús” al final de cada oración. Dios no es una especie de genio de la lámpara que se mueve cuando recitamos esta fórmula mágica para entonces conceder nuestros deseos.

Orar en el nombre de Jesús, es hacer peticiones conforme con la voluntad de Dios y los propósitos de su reino. Es hacerlo con un corazón humilde que reconoce su pobreza espiritual, su falta de autosuficiencia y de mérito propios para recibir algo de Dios. Es acercarnos a Dios por los meritos de Jesucristo dependiendo completamente de Él para suplir todas nuestras necesidades.

¿Tienes una gran necesidad? Ponte de rodillas y dile a Dios: «Señor: Es inmensa mi necesidad, no sé cómo solucionar esto pero si se que nada es difícil para ti y que nos has prometido responder nuestras súplicas. Voy a descansar en ti y en tu poder para suplir mi insuficiencia en tu tiempo y a tu manera».

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