“Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10: 28)
Con relación al futuro, las personas piensan y se preocupan por muchas cosas. La destrucción del medio ambiente, el calentamiento global, la zozobra e inestabilidad política, el terrorismo, el delito, el desplome económico y financiero, y el constante deterioro en los valores morales que devastan todas las relaciones son causas de creciente preocupación. Una causa adicional de ansiedad es la sensación de un escandaloso vacío atizado por las filosofías ateas y humanista contrarias a Dios. Para los que creen que no hay un Dios personal, realmente no tienen a dónde tornar en busca de respuestas, ayuda o significado.
Pero lo que realmente es más aterrador acerca del futuro no es ninguna de esas cosas; lo que debiera paralizar el corazón de todos los pecadores es lo que Dios hará. La ira y el furor condenatorios de Dios son una aterradora realidad que asoma en el horizonte de la historia humana (Salmo 96:13; 98:9; 110:6; Joel 3:2, 12; Hechos 17:31; 2 Timoteo 4:1). Al pasar por alto intencionalmente esa realidad, las personas no temen lo que deben temer y a Quien realmente deben temer. Jesús exhortó a sus seguidores con estas palabras: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10: 28) La muerte física es el daño máximo que pueden producirnos nuestros enemigos, pero no pueden tocar nuestra alma, el ser eterno. Incluso nuestros cuerpos que destruyen un día resucitarán inmortales (1 Corintios 15:42). El planteamiento de Jesús aquí es que el único temor que un creyente debe tener es a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno, y solo Dios puede hacer eso. En los últimos días Satanás mismo será lanzado al infierno, dominio este que le pertenece al Señor, no a Satanás.
Y en una aplicación general a todas las personas, se debe “[temer] más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28), porque “Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Salmo 7:11). El escritor de Hebreos añade: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31).
A lo largo de la historia humana Dios ha derramado su ira en juicio sobre los pecadores. El pecado de Adán en el Edén puso a todo el género humano bajo juicio (Romanos 5:12). Ya para la época de Noé, las personas habían llegado a ser tan malvadas que Dios envió el catastrófico juicio del diluvio para destruir al mundo (Genesis 6:5–8). Solo se salvaron Noé y los que estaban con él en el arca. El Dios Santo responde a la maldad humana.
Es cierto que, como escribió Pedro, “el Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Sin embargo, los que rechazan el amor de Dios, rechazan su gracia y desprecian su misericordia, inevitablemente enfrentarán su ira, ya sea en el infierno, o si el Señor regresa antes, la Tribulación venidera con todos sus juicios.
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