«Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl»
(2 Samuel 12: 7)
Nuestra existencia está compuesta de momentos y como parte de ella vamos a experimentar por lo menos un «momento de la verdad». Ese instante dulce y a la vez terrible cuando la verdad en cuanto a algún asunto en particular ya no se puede ignorar, exigiendo una decisión. Es cuando llegó ese tiempo en que tenemos que decidir entre enterrar la verdad y luego seguir viviendo en una negación loca, tensa, por el resto de nuestros días, o podemos someternos a la verdad y descansar en su libertad. Y aclaro, no hay un punto medio aquí y no es posible evadir las consecuencias de la decisión que tomemos. La negación es una pendiente resbaladiza que conducirá a un pantano de pretensión y engaño. La humilde aceptación de la verdad es maravillosamente liberadora.
El rey David experimentó su momento de la verdad cuando el profeta Natán le extendió le dijo: «Tú eres aquel hombre.» (2 Samuel 12:7). Y de esta manera, el valiente profeta dejó al descubierto el pecado secreto del rey y le exigió cuentas: «Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón.» (2 Samuel 12:7-9).
Este momento de la verdad para David lo dejó con dos únicas alternativas: silenciar al profeta permanentemente, o arrepentirse. Fue una decisión entre el poder y la verdad. Podía llegar a ser como su predecesor Saúl, que por celos se aferró al poder y lo esgrimió para perseguir al rey que el Señor había ungido recientemente (1 Samuel 16:13), esperando matarlo. Pero David fue sabiamente diferente de Saúl. David era un hombre «conforme a su corazón» (1 Samuel 13:14), a pesar de sus horribles pecados. Escogió someterse a la verdad y luego descansar en su recompensa inevitable: liberación del conflicto, libertad del temor y, a la larga, paz con Dios (Salmo 32; 51).
Hoy Dios nos sigue confrontando con la verdad de Su Santa Palabra. Permitamos que esa luz de la verdad divina ilumine siempre nuestras almas, tal como Jesús oro: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.» (Juan 17: 17) Nada es más efectivo ante el engaño del pecado que la verdad de Dios. Vayamos a su Palabra, llenemos nuestra mente con sus pensamientos, dejemos que ella gobierne nuestra vida, solo así estaremos preparados para enfrentar a Satanás con sus mentiras y al engaño mismo del pecado.
Por favor busca las verdades que más temes hallar; ellas contienen la más grande promesa de libertad y también, si se rechaza, la amenaza más grave de destrucción. Acepta la verdad; escoge la libertad que trae… o una destrucción inimaginable. Prepárate, hoy puede llegar para ti ese momento ineludible con la verdad.
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