“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.”
(Filipenses 3: 20)
Los cristianos vivimos en este mundo con la esperanza en el regreso de nuestro Señor Jesucristo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.”(Filipenses 3: 20) Nuestra ciudadanía está en los cielos, pero tenemos responsabilidades en esta tierra.
Somos miembros del reino de los cielos, que no es de este mundo (Juan 18: 36), nuestros nombres están en el cielo (Lucas 10: 20); donde está nuestro Salvador (Hechos 1: 11), nuestros hermanos que nos precedieron (Hebreos 12: 23), nuestra herencia (1 Pedro 1: 4), nuestra recompensa ( Mateo 5: 12) y nuestro tesoro ( Mateo 6: 20) Y mientras aquí esperamos al Salvador debemos ser capaces de presentarles una forma de vida nueva por completo a quienes están atados a la tierra. ¿Pueden imaginarse la curiosidad que podemos despertar en los perdidos tan sólo llevando vidas de gozo? Los testigos nos mirarían asombrados y maravillados. Ellos verían en nosotros algo totalmente diferente a lo que están acostumbrados a ver. Ellos se sentirían impulsados a querer conocer más acerca de la razón por la que vivimos una vida diferente.
La esperanza del regreso de Cristo nos llena de motivación, responsabilidad y seguridad. Somos motivados a ser hallados fieles cuando el regrese con su recompensa. Entendemos que somos responsables de marcar una diferencia en este mundo mientras esperamos; únicamente los que se dirigen al cielo son lo bastante objetivos para ejercer una poderosa influencia en la tierra. Y tenemos también la seguridad que nuestro viaje al cielo, nadie podrá impedirlo.
Llenos de esta esperanza, aguardamos con ansias “al Salvador, al Señor Jesucristo.” Esperamos a una persona, con paciencia y anhelo. Mientras lo hacemos, le servimos como testigos fieles.

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