“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
(Hebreos 12: 14)
La salvación no depende de nuestras buenas obras, es un regalo de Dios y junto con ella recibimos grandes bendiciones. En hebreos leemos: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12: 14) Obedecer este mandato es imposible para un incrédulo. Una persona no salva no puede jamás alcanzar la paz genuina y la santidad. Así que nada tiene ver este versículo con la salvación por obras.
Solo aquellos que hemos conocido a Cristo, tenemos la capacidad por medio del Espíritu Santo para vivir en paz y santidad.  De hecho, al ser salvo Dios nos bendice con la paz y la santidad. Estamos en paz con Dios y podemos estar en paz con nuestros semejantes. Somos declarados santos, es decir apartados para Dios y por primera vez podemos vivir una vida santa. De no ser porque que ambas cosas (la paz con Dios y la santidad) nos son otorgadas gracias a la justicia de nuestro Dios, jamás veríamos al Señor. Eso significa que nunca recibiríamos la promesa del cielo.
Aun así, sigue siendo nuestra responsabilidad hoy, como parte de nuestro crecimiento y testimonio: “seguid la paz con todos, y la santidad” Si vivir en paz y santidad fuera imposible para nosotros, entonces Dios jamás lo habría exigido de nosotros.
Debemos vivir una vida justa porque somos justos en Cristo: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.” (1 Juan 2: 6)
La paz y la santidad nos han sido dadas y debemos vivir en ellas. Este será un medio para traer a otros a Cristo, sin quien nadie verá al Señor. A medida que corremos la carrera de fe dejando una senda recta, mostrando la paz y la santidad de Dios, los demás verán al Señor.

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