“He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (Eclesiastés 4: 4)

Los seres humanos en su gran mayoría viven en una competencia agresiva y determinada, luchando unos con otros, y si es necesario atacándose unos a otros. Lo importante es tener el primer lugar, las mejores cosas, estar por encima del otro. Esta es una loca y maliciosa manía motivada por la envidia.

Se cuenta que cuando a Miguel Angel y a Rafael se les encomendó que, usando sus talentos artísticos, adornasen el Vaticano, un terrible espíritu de rivalidad se interpuso entre los dos “Aunque cada uno tenía una tarea distinta que llevar a cabo, llegaron a estar tan celosos que al final ni se hablaban el uno al otro” (Citado por Henry G. Bosch en Nuestro Pan Diario, 24 de mayo de 1973)

Algunos son más hábiles disimulando la envidia que estos genios, pero esta actitud de competencia despiadada y de rivalidad se encuentra en el fondo de mucha de la actividad contemporánea.

La envidia es básicamente una rebelión contra el plan de Dios. No queremos que otros prosperen o sean más bendecidos que nosotros, eso nos molesta sin que importe el propósito de Dios para estas personas. Billy Graham ha señalado que la envidia arruina reputaciones, divide iglesias, e incluso incita asesinatos. Es precisamente lo opuesto al amor, ya que el amor  no tiene envidia (1 Corintios 13: 4) y se goza con los que gozan.

La envidia es letal: “la envidia es carcoma de los huesos.” (Proverbio 14: 30). Esa insatisfacción permanente en que viven muchos los va destruyendo, ese estilo competitivo  motivado por la envidia nunca termina bien, en las palabras de Salomón son: “vanidad y aflicción de espíritu”.

¿Has caído en esa trampa de la competencia agresiva? No permitas que te destruya, vuélvete a Dios, solo en El se puede encontrar un verdadero sentido y propósito en la vida. Nada físico alcanza el alma, ni ninguna cosa externa satisface nuestras necesidades intimas más profundas. ¡Recuérdalo! Solo Dios lo puede hacer.

Así que rechaza la envidia, si Dios te prospera, si te otorga éxito material, continúa mirando a Él, permanece caminando con El.

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