“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.”

(Isaías 49: 15)

Se vive demasiado rápido, con demasiadas cosas, la gente está demasiado ocupada. No es extraño que aflore la soledad como fruto de un estilo de vida egoísta, no hay tiempo para pensar en otros y tampoco se busca.

Muchas personas viven marcadas por relaciones rotas, sueños que se han vuelto pesadillas. Nunca pensaron vivir así, pero esa es su triste realidad y se sienten solos.

Están aquellos que han sido olvidados por otros y sienten que no le importan a nadie.

¿Te sientes solo? Hay un remedio para esos sentimientos tan horribles. Reconoce que Dios es real y quiere tener una relación personal contigo. El ha solucionado el principal obstáculo que impide dicha relación, el pecado. La soledad es consecuencia del pecado, la rebeldía contra Dios produce un corazón solitario y lleno de miedo. Dios envió a su Hijo a morir por ti, haciendo posible que si te arrepientes y crees en Jesús puedas disfrutar de la compañía divina por siempre.

Aquellos que somos hijos de Dios jamás estamos solos, el Señor nos ha dejado esta gloriosa promesa: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” (Isaías 49: 15) Y el cumple sus promesas, nunca estaremos solos. Hay una puerta que siempre permanece abierta: “En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio.” (Salmo 62:7-8)

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